¿Te has puesto a pensar alguna vez cómo la mayoría de las mujeres medimos nuestra imagen? Desafortunadamente muchas de nosotras, aun después de haber cumplido los cuarenta, nos miramos a través de los ojos de los demás, y permitimos que sean otros los que nos definan. ¿No crees que hay algo un poco errado en esto?
Vamos a analizarlo juntas por un momento. Todo lo que somos –nuestra esencia– se origina dentro de nosotras mismas. Nuestro cerebro almacena los recuerdos de nuestro pasado. También guarda todo el conocimiento adquirido a partir de nuestro comportamiento aprendido como lo es andar en bicicleta o caminar. Una “etiqueta emocional” ha sido atribuida a cada uno de estos eventos y no hay manera posible de que otro ser humano pueda tener acceso a las impresiones de nuestro cerebro.
Si estamos de acuerdo que así es, entonces ¿cómo podemos permitir que alguien que nos mira desde “el exterior” nos diga no solo como somos, sino como debemos ser?
En nuestras acciones proyectamos nuestra belleza interior. Si a alguien no le gusta lo que proyectamos, entonces nos están rechazando. Sí, estoy de acuerdo que el rechazo es algo muy doloroso, pero no es nuestro dolor. El dolor pertenece a la otra persona. Si él o ella tienen un problema con lo que ven en nosotros y nos lo comunican de una manera agresiva o a manera de ataque, entonces el problema está en su forma de vernos.
Estoy de acuerdo que todas tenemos rasgos en nuestro carácter que pueden molestar a otras personas. Una persona que en realidad te quiere te lo hará notar con amor y no con crítica. Te lo dirá con el fin de ayudarte y porque realmente es lo mejor para ti.
Y cuando esto sucede estas recibiendo un gran regalo: ¡la oportunidad de crecer y evolucionar como persona!
Parte del proceso de crecer internamente es el aceptar los rasgos de nuestro carácter que no necesitamos más y deshacernos de ellos.
Re-inventarnos como mujeres es fantástico, siempre y cuando lo hagamos por nosotras mismas y no por alguien más.