Si bien es cierto que cada una de nosotras tenemos nuestra muy particular forma de vivir los cambios y enfrentar las verdades con las que nos topamos en la vida, son pocas las mujeres que tienen el don maravilloso de usar elocuentemente la palabra escrita para expresar sus sentimientos sobre un tema tan profundo.
Hoy comparto con ustedes una hermosa reflexión de una mujer de 40ymás que lo hace fabulosamente bien: Yolanda Arellano Brun.
Yolanda es comunicóloga de profesión, pero también es muchas cosas más. Dejo que esta mujeraza sensible y alegre se presente con sus propias palabras: “Me llamo Yolanda Arellano Brun, nací hace 44 años en la Ciudad de México, lo cual sin duda alguna, me hace poseedora de un cierto grado de locura…
Estudié toda la vida en colegio de monjas y sistema tradicional de educación. Al terminar el bachillerato quise ser arquitecta y estudié dos semestres de la carrera hasta que decidí que quería dormir. Finalmente me titulé como licenciada en Comunicación y trabajé en el área de publicidad, medios y mercadotecnia durante varios años. Actualmente estudio traducción e interpretación y el resto del tiempo lo dedico a mis dos hijos, a mi marido y a hacer lo que me gusta. He vivido algunos años en el Caribe siguiendo a mi esposo en sus proyectos de hotelería. Amo leer, escribir, viajar y conocer diferentes culturas; el arte, conversar, oir música, el cine, cocinar, y juego tenis aunque bastante mal.”
Las frases favoritas de Yolanda son: “Escucha tus voces interiores antes de que llegues a ser un Don Nadie con éxito” y “A las personas hay que quererlas, no entenderlas”.
El síndrome de Simba
Por: Yolanda Arellano Brun
El Rey León es para mí una de esas películas que encierra una sabiduría sobre circunstancias que todos vivimos en algún momento de nuestras vidas: la desobediencia, la traición, la vergüenza, la culpa, el auto-conocimiento, la evasión, la amistad, los reencuentros, el perdón y por supuesto el amor que al final del día es el centro de todo, el sentimiento maestro.
Ahora bien, quizá ustedes se pregunten ¿Qué es el síndrome de Simba?
Pues bien, para mí este síndrome se da cuando sufrimos el encuentro con una verdad que de frente se nos lanza a la cara y el shock es tal que tenemos que huir para poder digerirla – tal como Simba lo hace tras la muerte de su padre, lleno de culpa, remordimiento y sobre todo de una infinita tristeza.
Es que a veces nos pasan cosas que nos sacuden desde el fondo, y no crean que estoy hablando forzosamente de acontecimientos demasiado traumáticos, no, pueden ser las palabras que alguien nos dice, un programa de televisión, la música, o el voltear a examinar nuestra vida y ver que realmente, y para decirlo en el más entendible de los lenguajes: “La hemos regado gacho” (nos hemos equivocado gravemente).
Es entonces cuando muchos de nosotros salimos disparados buscando alejarnos, con nuestro enojo y vergüenza, porque no queremos ni que nos dé el sol.
Reconozco que para mí el hecho de hacer esto es realmente terapéutico, e invariablemente suceden dos cosas. La primera es que de tanto pensar y pensar puedo lograr un pasito más en el auto-conocimiento y me entiendo un poco más a mí misma, y la segunda es que al igual que Simba encuentro mi versión personal de Rafiki que me recuerda quien soy, las cosas que quiero, las cosas que me importan y las cosas que he determinado que guíen mi vida, que en un mundo tan acelerado y loco y por tantas circunstancias ajenas a mí suelo perder de vista más veces de las que quisiera. Y así finalmente logro darme cuenta de hasta dónde he metido la pata.
Durante todo este proceso paso de sentimiento en sentimiento y una parte de mí me alucina, “me cae gorda”, se enoja conmigo, me regaña, etc., etc., mientras la otra analiza las razones y me da consejos, me entiende, me apapacha y me dice que al final del día yo soy lo mejor que tengo y sólo yo puedo tener la fuerza de enderezar las cosas que no están bien, de regresar y ocupar el lugar que me corresponde en el “Círculo de la vida”; que las cosas buenas y malas que hago son experiencias que me hacen mejor persona, más humana, más comprensiva, más tolerante y que la primera persona a la que debo amar, respetar y perdonar es a mí.
Todo este show es lo que yo llamo “El Síndrome de Simba” y ¿saben qué?… he aprendido que siempre, siempre, vale la pena.